martes, 17 de noviembre de 2020

Soledad

Cuando no es deseada,
cuánto duele la soledad. 

Cuando todas las chicas te ven como a un amigo, 
cuánto duele la soledad. 

Cuando la chica de tus sueños (y además literalmente porque has soñado con ella) no te corresponde,
cuánto duele la soledad. 

Afortunadamente, hay un momento
en el cual no duele la soledad,
y ese momento se produce
cuando escribes sobre la soledad. 

Porque, si te gusta escribir, 
sabes que tu fiel amiga la escritura 
jamás te abandonará.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Tacto

Y tuviste el tacto de decirme que,
para no hacerme daño,
no volverías a hablarme,
para que así yo no pudiera malinterpretarte.

Y yo te contesté que,
si no volvías a hablarme,
entonces sí que ibas a dañarme.

Pero poco importa ya todo:
como la rosa rechazada,
como el bloqueo realizado,
como la rambla que confluye
con una calle ancha y oblicua.

Poco importa ya todo,
porque todo duele
a pesar de tu tacto.

domingo, 8 de noviembre de 2020

De amor, de amistad y de un bucle temporal

Tom no podía creérselo. La chica de sus sueños le había dado su número de teléfono para quedar un día y tomar un café. Parecía el guion de la típica comedia romántica americana. Pero no, aquello era real. Con lo tímido que era Tom y, sin embargo, Clara se había fijado en él y lo había encontrado interesante.

"¿Y ahora qué?", se preguntó Tom. Pues, a partir de entonces, Tom empezó a encadenar un error tras otro. Básicamente, se trataba del mismo error repetido muchas veces. Y es que Tom se puso pesado con Clara a través de WhatsApp. Él no tenía medida. Le escribía de buena fe, pero lo hacía de una manera totalmente desmesurada.

Al final, Clara optó por bloquear a Tom, no sin antes recordarle que ella le había dado su número de teléfono simplemente para tomar un café, nada más. El chico se puso muy triste al comprobar que Clara le había bloqueado, pero, por supuesto, respetó su decisión y no se puso en contacto con ella de ninguna manera: ni con el móvil de su hermano ni con el móvil de algún amigo. Tom podía ser un pesado, pero tenía claro que con subterfugios no se iba a ninguna parte.

Así, pasaron unos cuantos meses, hasta que llegó el día del cumpleaños de Tom. A pesar del tiempo transcurrido, el chico seguía muy triste. Con todo y con eso, acudió a la cena con unos amigos que había organizado su hermano. La verdad es que Tom se esparció durante la velada, aunque, en un rinconcito de su cabeza, seguía pensando en Clara y en lo que pudo haber sido y no fue.

A todo esto, llegó el momento de soplar las velas del pastel de cumpleaños y formular un deseo. Tom no pudo evitar pensar una cosa que sabía que era imposible. "Deseo volver al 18 de diciembre". Y es que ese día exacto fue cuando Clara le había dado su número de teléfono. La cena finalizó y los asistentes se fueron a sus respectivos domicilios.

A la mañana siguiente, la alarma del móvil de Tom sonó y el chico la apagó mientras pensaba: "En fin, otro día más a trabajar". El chico se duchó, se vistió y desayunó. Después, salió a la calle y enseguida notó que hacía frío. "Qué raro, pero si estamos en pleno verano". Cogió su móvil para comprobar la temperatura, cuando vio algo que le chocó: en la pantalla se podía leer: "Miércoles, 18 de diciembre". Lo primero que pensó Tom era que su hermano le había gastado una broma cambiándole la fecha del móvil. "Qué gracioso", pensó irónicamente.

Tom prosiguió su camino hasta la estación de metro, cuando pasó por delante de un quiosco. "Claro, ahora me fijaré en las portadas de los periódicos y pondrá en todos ellos "Miércoles, 18 de diciembre". El chico hizo esa comprobación y, efectivamente, todos los diarios reflejaban esa fecha. "A ver", pensó Tom, "¿cómo narices mi hermano ha conseguido esto? ¿Acaso ha llamado a todos los directores de los periódicos para pedirles que modificasen la fecha?". Entonces, Tom preguntó al quiosquero: "Perdone, señor, ¿a qué día estamos?". El quiosquero le miró extrañado y le respondió: "A miércoles". "Ya, pero, ¿a qué día de qué mes?", le replicó el chico. "A 18 de diciembre", contestó el hombre, aún más asombrado que con la primera pregunta. Entonces, por primera vez Tom pensó en la posibilidad de que su deseo formulado en la noche anterior se hubiese cumplido, si es que la expresión "la noche anterior" tenía sentido en ese contexto.

"Clara", pensó el chico. Y empezó a correr y no paró desde el quiosco hasta la estación de metro. Y, en efecto, como cada mañana, se encontró con Clara. Hacía unos meses que se habían conocído. Siempre coincidían en la estación de metro por la mañana, cuando ambos se dirigían a sus respectivos trabajos. Al cabo de unos días de conocerse, empezaron a hablar. Hasta que, un día, Clara, ante la timidez de Tom, le dijo: "A ver si quedamos y tomamos un café". Tom le contestó: "Cuando quieras". "Te voy a dar mi número", replicó Clara. Y se sacó un pósit amarillo ý un boli de su bolso y anotó su número.

Tom no podía creérselo. La chica de sus sueños le había dado su número de teléfono para quedar un día y tomar un café. Parecía el guion de la típica comedia romántica americana. Pero no, aquello era real. Con lo tímido que era Tom y, sin embargo, Clara se había fijado en él y lo había encontrado interesante.

"¿Y ahora qué?", se preguntó Tom. "Pues ahora y aquí finaliza el bucle temporal", se contestó a sí mismo. Y es que el chico no estaba dispuesto a cometer los mismos errores del pasado, si es que esa expresión tenía sentido en ese contexto. En efecto, desde ese día, Tom comenzó a escribirle a Clara por WhatsApp, pero lo hizo en menor medida que, digamos, en la primera línea temporal. De esta manera, Tom consiguió, esta vez sí, tomarse un día un café con Clara.

La pareja habló largo y tendido, en una conversación muy agradable. Tanto, que hubo más citas después de esa. Hasta que, en una de ellas, Clara le dijo a Tom una frase que todo chico al que le gusta alguien no desea escuchar de boca de esa persona: "Tom, me caes muy bien, pero sólo como amigo". Pero el chico, contrariamente a lo que podría parecer, contestó: "De acuerdo, lo entiendo, no pasa nada". Siguieron charlando, hasta que la cita llegó a su fin. Anduvieron juntos un rato desde la puerta de la cafetería, hasta que sus caminos se separaron. Se despidieron, como siempre, dándose sendos besos en las mejillas. 

Entonces, Tom decidió sentarse en un banco de la calle. Y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Y es que el chico estaba contento porque esta vez, en esta segunda línea temporal, había sido capaz de moderarse a la hora de escribirle a Clara. Y, si solamente podían ser amigos, por lo menos Tom no tenía nada que reprocharse a sí mismo esta vez.


martes, 4 de septiembre de 2018

Podría

Era una tarde de principios de septiembre en Barcelona. Todavía hacía un poco de calor, aunque no tanto como en pleno agosto, claro.

Él estaba ejerciendo su trabajo como mensajero pedestre, empujando un carro como aquellos que acostumbran a llevar las personas que acuden a comprar al mercado. En ese momento, caminaba por una pequeña calle (en la que era más probable ser atropellado por una bici que por un coche). Era una de las calles favoritas de él, ya que, pese a encontrarse en pleno Ensanche barcelonés, bien podía parecer una calle ubicada en un pueblecito.

Él salía de un edificio donde había recogido un sobre, cuando pasó por delante de la terraza de una cafetería. Casualmente, una niña pequeña le dijo entonces "Hola" y él se fijó en la madre que estaba sentada al lado. La joven mujer tenía la mirada posada en su teléfono móvil, por lo que ella no se fijó en él.

Pero él conocía a esa chica. Ambos habían sido compañeros de clase en la facultad. Sí: él, pese a ser mensajero, también era licenciado en Derecho.

Él no quiso saludarla. Simplemente, pasó de largo. Más allá de que él era tímido, no quiso decirle nada por la sencilla razón de que le daba vergüenza confesarle que su empleo no era el de abogado (ella sí que era letrada), sino el de mensajero.

Él sabía que todos los trabajos son dignos, pero no pudo evitar sentir ese reparo. Todo habría sido diferente si él no hubiese terminado una carrera universitaria. Pero la había terminado.

Él se quedó pensando en ese "Hola" de la niña. Él podría haberle contestado: "Hola. ¿Sabías que yo fui compañero de clase de tu madre, en la Universidad?". Y él podría también haber saludado a la madre: "Hola, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo va todo?". Pero él no se atrevió a hacer ninguna de las dos cosas.