martes, 4 de septiembre de 2018

Podría

Era una tarde de principios de septiembre en Barcelona. Todavía hacía un poco de calor, aunque no tanto como en pleno agosto, claro.

Él estaba ejerciendo su trabajo como mensajero pedestre, empujando un carro como aquellos que acostumbran a llevar las personas que acuden a comprar al mercado. En ese momento, caminaba por una pequeña calle (en la que era más probable ser atropellado por una bici que por un coche). Era una de las calles favoritas de él, ya que, pese a encontrarse en pleno Ensanche barcelonés, bien podía parecer una calle ubicada en un pueblecito.

Él salía de un edificio donde había recogido un sobre, cuando pasó por delante de la terraza de una cafetería. Casualmente, una niña pequeña le dijo entonces "Hola" y él se fijó en la madre que estaba sentada al lado. La joven mujer tenía la mirada posada en su teléfono móvil, por lo que ella no se fijó en él.

Pero él conocía a esa chica. Ambos habían sido compañeros de clase en la facultad. Sí: él, pese a ser mensajero, también era licenciado en Derecho.

Él no quiso saludarla. Simplemente, pasó de largo. Más allá de que él era tímido, no quiso decirle nada por la sencilla razón de que le daba vergüenza confesarle que su empleo no era el de abogado (ella sí que era letrada), sino el de mensajero.

Él sabía que todos los trabajos son dignos, pero no pudo evitar sentir ese reparo. Todo habría sido diferente si él no hubiese terminado una carrera universitaria. Pero la había terminado.

Él se quedó pensando en ese "Hola" de la niña. Él podría haberle contestado: "Hola. ¿Sabías que yo fui compañero de clase de tu madre, en la Universidad?". Y él podría también haber saludado a la madre: "Hola, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo va todo?". Pero él no se atrevió a hacer ninguna de las dos cosas.